Niña rota, corazón muerto.
N o sé por dónde empezar porque me distraigo pensando en aquella niña soñadora que quería ser poeta y escritora cuando la vida le hiciese conocer a su amor verdadero. No sé cómo decirle que lo encontró, pero que de amor tuvo poco y de verdad ninguna. No sé cómo continuar sin hablar de todas las heridas que me he hecho desde aquel veintitrés de un mes que ya el calendario arrancó. Desde entonces, evito mirar mi reflejo en cualquier superficie reflectante porque sigo arrastrando la duda en mi costado izquierdo y, las alas de mis mariposas muertas en la derecha. No sé cómo explicar que lo que ya está roto no puedes romperlo más, que las heridas escuecen porque no quieren convertirse en una cicatriz que recuerde que perdieron miles de batallas y, solo ganaron una: sobrevivir a que te digan sin decirte que su cama ya tiene otro cuerpo a quién acariciarle las costillas. No sé cómo sonreír sin sentir que el mundo se tambalea y que las manos que se proclaman amigas huyen en la dirección