‘Nunca dije que quisiera envejecer contigo’.

Alguna vez su mirada se perderá para no volver, querrá sumergirse en los océanos que le prometan amor eterno, aunque en el fondo sepa que el mundo no tiene nada eterno. Sabrás que su sonrisa ya no tiene  la alegría de la que te enamoraste, que ha ido cambiando el cielo azul por el abismo negro, cuando te diga una mañana de otoño ‘Nunca dije que quisiera envejecer contigo’. Oirás como tu corazón se resquebraja trozo por trozo, parecerá que nunca ha sabido amar, y se ira, donde tus manos no alcancen el vuelo de su falda.

La veras bailar los domingos por las noches, en el bar donde solíais fumaros la distancia, mientras otras manos le acarician las caderas. Te romperás, te destruirá al verla besar otros versos que no han sido escritos por ti. Ella te mirara con total indiferencia –que no te mienta su sonrisa, esta dibujada por el Dolor-. La veras tan guapa, y  frágil, como cuando le daba la tonta manía de escalar tu espalda, a pesar de clavase las espinas de tu alma. Volverá a ser esa chica tímida, a la que tanto aborreciste, por su costumbre de usar como cobijo tu tinta malgastada.
Ya no serás el único que le dibujes golondrina en su ombligo, ni el que acuda cuando su voz pida que alguien le abrigue en ese invierno asfixiante, donde los recuerdos se descongelan. Reventara sus ganas en la pared, retorciéndose de Dolor, cuando el otro decida despedirse en el silencio y tú hayas dejado de salir corriendo a salvar su risa. 

Encontraras sin querer a quien de verdad te cure las heridas, mientras ella ocupa totalmente tu mente. Al final, sucumbirás al encanto de otra loba malherida con más razones para amar que ella, la chica triste de la sonrisa perdida, que ya perderá la necesidad de inmiscuirse en tu cama, cuando al otro le falten las fuerzas para acariciarle el vientre. Aprenderás a vivir sin oírla ronronear en tu oído, y apenas echaras de menos, hacerle el café después de una intensa noche. Pero seguirá siendo la reina de corazones que permanece reinando tu mente.

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