Ya se ha ido. Él acaba de llegar.
Te
guardé un sitio en el último rincón de mi vida.
Por
si volvías.
Por
si querías volver a intentarlo.
Por
si el amor, al final, había conseguido vencerte.
Te guardé toda una
vida a tu lado.
Por si decidías tapar
tus ruinas con las mías.
Por si quería decorar
tu mente con mis sonrisas.
Por si…
Por si querías
quererme de verdad.
Y me pasé todo el
invierno con el corazón abierto de par en par, enfriando su interior, convirtiendo
las venas en aristas de hielo. Dejé que los recuerdos aparcasen en mi porche y
sus brazos consiguieron abarcar mi presente. Quise creer que volverías, sin
rosas, sin nuestra canción pero con el ‘te quiero’ clavada en tu costilla
izquierda. No hace falta decir que nunca
lo hizo ni pensó en hacerlo.
Retiré de mi piel sus
caricias clavadas,
las marcas de sus
labios sobre las heridas,
volví a abrirlas, a
sanarlas, a quererlas, a quitarle aquellas promesas que puso él, dentro de
ellas.
Ya no seré la chica de
los versos a medias, de los ‘te quiero’ atragantados y de las miradas que no
dicen pero sienten. Ni siquiera la chica del número indefinido, la que se tira
a cualquier tren menos al acertado, a
que llega tarde a la estación por si se sube a un tren antes de que él vuelva.
No.
No soy la que le
escribió al chico triste ni al león encerrado en su propia mentira. Ya no le
escribo al pasado, se me ha olvidado el
nombre de mis monstruos, qué hacer cuando el frío te calaba hasta los
huesos y las lagrimas sólo querían esconderse dentro de ti.
Vuelvo. Él acaba de llegar. Esto acaba de empezar.
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