Hizo como las golondrinas: voló rápido, rasante y sin un rumbo fijo.
Me
empujo al precipicio, pero yo misma me salvo de mis indecisiones. Te veo y ya
no te leo. Te grito, pero ya no escucho tus palabras impertinentes. Hay un
silencio atroz entre lo que yo quiero que tú seas y lo que tu eres. Es mi culpa
por cortar las palabras, es la tuya por fingir que eras un príncipe escondido
en una cueva.
Mírame.
Mírame bien y verás todas las grietas que llevan tu nombre en mi piel. Te
gustan, ¿verdad? A mi también me gustaba que me preparases la cena todas las
noches mientras besabas a otras por las mañanas. También me gustaba nadar en
tus pupilas sin saber que había un nuevo arañazo de una gata en tu espalda.
Caballero de porcelana, monstruo de marioneta.
Ya
no hay camino de vuelta para quien un día me mintió con los ojos cerrados y la
boca llena de cuervos. No vuelvas que las mariposas han decidido enterrarse en mi
estómago y ya no hay nada que me haga cosquillas cuando tu nombre se cuela en
el viento de Marzo.
Mentiroso.
Traidor. Ingenua. Inocente. Me amarro a una silla para impedir que mi corazón
salga corriendo a buscarte. Solo necesita explicaciones que tus dedos no
calmarán. No siempre quise ser contigo, pero al final aprendí a hacerlo y el
tutorial de cómo olvidarlo se ha perdido entre furia, desconcierto y confusión
de aquel verano que ya no recuerdo.
Déjame.
Pero mírame. Tócame. Y experimenta las ruinas que tu mismo creaste. Concédeme
este baile de Tristeza,
No te lo debo, pero si a mi niña de cristal.
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