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Va por aquel que no se proclamó guerrero

Pero con quién luché las mejores batallas.

Va por quién me dio la mano

Sin preguntarme cómo me había herido.

 

He sacado todos los recuerdos a la vez y me ha parecido oír tu risa lenta en este desastre. Me he mirado al espejo y me he acariciado la mejilla, mientras volvía a ese día dónde la muerte no anunciada invadiría mi vida. 

He jugado a las cartas sin apostar más que mi alma porque perderte, fue olvidarme en que cajón dejé aquel órgano al que todos anhelan, pero ninguno sabe querer de verdad. 

Tú no conociste a mi niña rota y es la única alegría que recojo de estos años silenciosos. Te di el último beso en la mejilla cuando el calor empezaba a anidarse entre tus ojeras. Y recuerdo con exactitud la frase que pronunciaste tan convencido, que parecía que ya habías hecho un trato con la mano que te agarro y nunca más quiso dejarte ir. 

Desde las nueve de aquel día, cada vez que algún valiente pronuncia tu nombre una leve lágrima empieza a hacerme cosquillas dentro de mí. Hay un mar que lleva tu nombre en mi caja torácica y un abrazo fuerte esperándote bajo mi brazo, aunque ambos sabemos que no puedes volver.

Te he escrito poco porque mi cobardía navega junto con mi miedo a seguir recordándome qué cosas por decirte deje en el cajón que nunca nadie abre. He dejado colgada tu sonrisa en cada esquina de mi habitación interior para recordarme que la herida puede ser un eco odioso pero tu cariño intacto es la manta que calma esa agonía.

No puedes salvarme de mis propias heridas, pero, por favor, perdóname aquellos gritos que he dejado caer desde que te fuiste. Perdóname por aquellos vacíos que no quise vivir, aunque fueran lo mejor para mí. Perdóname por no haber sabido leerte a tiempo y por no quedarme aquella primera noche cuando la oscuridad empezaba a estrangular tu vida. 

Me he disculpado siempre ante todos menos ante ti, porque me habría gustado susurrarte te quiero antes que los miles de quédate que te dije aquella madrugada en la que ibas soltando el poco oxígeno que te quedaba.  

Me habría gustado que me vieras luchando como una fiera contra todo aquel caos que llevo como lema y no dejándome arrastrar por él, pero la brújula se me ha perdido, pero tu risa sigue siendo la banda sonora de este bosque sin rumbo; y así me siento menos sola.

Te echo de menos,
Cuídate. Cuídanos allá donde estés.
Siempre habrá un hueco en la mesa para ti.

Te quiero, abuelo.



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