Un día deje de verme.

 Un día deje de verme. De reconocer cada curva de mi cuerpo. De querer navegar dentro de mis ojos marrones. Un día me herí tanto que me olvidé como me llamaba. Mi nombre susurrado a través de otros labios solo era un eco lejano,  que me animaba a correr más lejos de aquellos brazos que querían salvarme de una caída que yo no tenía prevista.

Un día quise arrancarme toda la carne, que solo los huesos reluciesen y bailasen con cada brisa de verano. Solo quería no tocarme ni que otros tuvieran esa intención. Quería hacerme un ovillo en mi cama y que el reloj pasará las paginas sin mí. Tic Tac. Tic Tac. Y ninguna nueva oportunidad para mí.

Un día te vi sonriéndole a otra chica y aquel corazón que compartimos se apretó tan fuerte dentro de mi caja torácica que explotó minutos después, provocando un derrame de tinta imparable. Empecé a arañarme las mejillas donde tus manos habían estado, empecé a desvestirme desde la Tristeza y una nube de desconcierto me acompaño hasta el baño del olvido.

Me reconocí en el espejo. Aquella silueta diminuta. Aquella pena andante que buscaba en cada esquina una pizca de tus labios cálidos. Aquella que aún no se había hecho a la idea de que tu cuerpo ya no era la pieza que su cama necesitaba. Una decisión precipitada, un adiós sin botón de rebobinar.

Desde que dejé que te marcharás ya no hay una incertidumbre permanente en mi cuello, pero sí un sabor amargo que recorre mi boca todos los días a la misma hora. Una caja de recuerdos que ,de vez en cuando, se abren en mi mente para rememorar a aquella niña alegría disfrutando de su primer amor verdadero, quien la mataría lentamente hasta que el mar inundase toda su alma.

He intentado engañar a mis monstruos invitando a otros intrusos a jugar con ellos. A tomar café a la misma hora que tú. Les he intentado inculcar las mismas costumbres que tenía contigo, les he dibujado mi hogar en sus espaldas, pero éste se desdibujaba rápidamente, diciéndome que esa no era la piel en la que yo debería de residir.

He ido acumulando desaciertos desde hace dos años. He abierto cajones prohibidos, abrazados vacíos infinitos y besados labios no queridos. He pestañeado dos veces cada vez que me metía en el bosque perdido por si, pero no; soy tan mía desde que tú ya no estás que ya no sé cómo era eso de compartir mis dudas con alguien más.

Un día deje de verme. De quererme. Empecé a engañarme. Me convertí en el títere de muchos y en el pasado de otros cuantos. Nadie supo quererme. Nadie lo intentó y yo me convencí que nadie podría hacerlo porque yo tampoco lo merecía.

Un día empecé a bailar con mi propia loba. Un día empecé a acariciarme las cicatrices de guerras perdidas y ganadas y aunque todavía sigo teniendo un estandarte con tu nombre, me merezco ser querida igual o más de lo que yo te quise a ti.

 

Los para siempre solo existen cuando hablamos de nosotros mismos.
La pieza que nos falta es querernos con los ojos cerrados
Y los monstruos abrazándonos, sin temor al abandono.


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