Para el corazón que se perdió.


Va por
aquella niña que perdió a quien creyó el amor de su vida.
Va por aquel corazón que se rompió un 25 de Julio
Y que no se curó hasta que la tormenta le caló los huesos
Y la loba le mordió los talones. 

Siempre he sido el acierto en el error y la rotura en la herida olvidada. Siempre he sido el ultimo suspiro antes de decir adiós y la lágrima que nunca llega a deslizarse por la mejilla. He sido el primer vals y la primera caricia en las costillas, el comienzo de una historia de amor a medias y el grito de placer que realmente es de dolor.

He sido el entrante de guerreros hambrientos y el abrazo en pleno invierno para soldados perdidos. He sido la sonrisa que iluminaba al indeciso y la caricia que alentaba al perdedor. He sido la opción de muchos y nunca la elección.

Me he arrancado cada costra de heridas olvidadas. Me he arañado el alma hasta suplicar que parase todo ese silencio aterrador, pero nadie ha querido oírme. Me he tropezado con la misma piedra cuatrocientas veces y nadie ha venido a mi rescate; nadie ha sabido leerme entrelineas y ver lo vacía que estaba.

Me he mirado las manos y he dejado de reconocerme. Me han llamado por mi nombre y todo parecía lejano. Todavía puedo saborear el recuerdo amargo de aquella mañana de domingo. Puedo revivir una y otra vez, la inmensa felicidad que sentía y el cuchillo clavándose con decisión en el lado izquierdo de mi vida.

Me he buscado muchas veces en ese recuerdo, he intentado rescatar a la niña ilusión de aquella maldita hora en la que el amor eterno en el que creía se convertía en su pesadilla. He intentado consolarla una vez que la tormenta pasó, pero no he podido. La loba furiosa ha triturado todas las páginas de aquel libro que nunca debí de escribir; siempre supe que sería mi sentencia a muerte, pero mi lado de salvadora quiso ganar una batalla ya perdida.

Desde entonces he aprendido a ser la silenciosa. La rota. La perdida. La distante. La fría. La que se acuesta con futuros no prometedores y se refugia en ojeras que nunca llevará su nombre. Ahora soy la canción nunca escuchada y la caricia a destiempo. Soy aquella piel de marineros desconsolados y la sirena que calma el dolor ajeno, pero nunca el propio.

Soy la loba que se refugia en el bosque de los imposibles. Y la que aúlla cuando la luna llena decide honrar la noche con su presencia. Soy la palabra prohibida para aquellos que nunca me valoraron y la pieza que no encaja en ningún lado, porque no tiene hogar.

Soy aquella que se quiere a ratos y que se desprecia el resto de los días. Soy la hora que avanza sin pensar y el futuro destruido. Soy todo aquello que nadie quiere pero que sigue buscando aquel que la acompañe en esta incertidumbre.


Ya no soy aquella niña que te miraba con ojos de amor y sonrisa de boba.
Ya no soy aquella que creyó en ti y en los amores para toda la vida.
A veces quisiera rescatarla para volver a sentir, porque echo de menos sonreír sin pensar en el cosquilleo que me recuerda que ya no hay nada.
Pero el eco sigue siendo grande y yo tan pequeña, que me aferro a él como si fuera mi único modo de seguir respirando.

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