Decide tú cuáles son las verdades o las mentiras que sangran.
Voy a contarte que ya no te cuento,
Que el dolor no disminuye, pero mis
ganas de intentar encontrarte sí.
Voy a contarte diez mentiras y la undécima
será la verdad
Aunque ya no te importe, aunque ya
no estés.
No he llorado desde aquellos primeros días. Me he arrancado cada caricia impresa en
mi piel, pero no he podido deshacerme de los recuerdos que bailan en mi mente a
las doce de la noche. He cerrado los ojos y lo primero que me viene es tu voz
en formato susurro, pronunciando una mentira más al compás de aquella canción: “No
hay nada que entender, mucho que sentir”.
Me
he golpeado el pecho intentando encontrar la razón por la que decidí quedarme durante
un corto tiempo a tu vera, sabiendo que vendría la herida y el desconsuelo
detrás de aquella fingida sonrisa; pero, adivina, mi corazón ha huido avergonzado
de haberlo intentado.
Las
excusas se vistieron de gala en honor a ti. Los cuchillos se afilaron al compás
de tus labios y el miedo se preparó, con desconcierto, debajo de una cama a la
que no volveré. La obra de teatro estaba preparada, pero la actriz secundaria
entró demasiado pronto en escena y el telón cayó con rapidez.
Hay
intenciones que se quedaron en el aire, pero a quién le importa ya. Hay
mordiscos que se quedaron entre mi boca y tu hombro, pero que se olvidarán con
el paso del tiempo. Ya no hay esperanza para quién un día la asesinó sin
mirarla a los ojos.
Nunca
estuve enamorada de ti, pero eso no hace más fácil dejar que el barco se vaya
de mi puerto. Había mariposas que empezaban a crecerle las alas conforme las
yemas de tus dedos la rozaban. También cuervos que ya no picaban las cicatrices curadas porque estaban creando su propio refugio en tu pecho.
Supongo
que lo que más duele es la indiferencia de alguien a quién un día quise darle
la oportunidad de entrar a mi desastre, y éste decidió dar un portazo sin mirar
atrás, como si mi corazón fuese de jugar y tirar. Y supongo que, lo que era una
partida de ajedrez, para mí no lo fue.
No
quiero que vuelvas para intentar que, explicar que, o abrazar donde tu espada
me hirió. Pero si que me encantaría volverte a escuchar reír de corazón, como
cobijo seguro de amigo, y no como aquel caballero herido que no sabe
encontrarse en ningún destino.
Supongo que no te echo de menos para que beses a mis monstruos interiores. Solo quiero que vuelvas para que me cuentes que tu día fue una mierda, que los precipicios son más bonitos cuando caes en ellos y que las hostias duelen, pero, a veces, dan placer. Que yo no quiero quererte para que me salves, que quiero quererte para ver cómo te salvas mientras yo te animo desde el otro lado del puente, como apoyo incondicional que sostiene tus castillos de arena.
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