No hace falta que me cuides.
Me herí con la primera bala que disparaste, aunque yo no fui la diana. Me busqué entre tu sonrisa clandestina y tu abrazo a destiempo. Camine en dirección contraria a tu grito, intentando encontrar algo de calma entre tanta incertidumbre. Te miré a los ojos y, por un momento, pensé que había una chispa de cariño, pero solo era tu manipulación haciendo acto de presencia.
Me arranque las costras de mis heridas solo para recordar lo que era gemir, aunque solo fuese de dolor. Te dije que no cuando siempre quise decir te quiero, pero mis mariposas moribundas me advirtieron que tu puente no era el mejor lugar para morir.Asesinaste mis ganas de
acariciarte la espalda con tus mentiras adornadas de un falso arrepentimiento.
Quise creerte incluso cuando mis cuervos me picoteaban sin cesar la venda que
cubría mis ojos; me negué durante mucho tiempo a verte sin disfraz porque
siempre creí en las segundas oportunidades.
Te llamé en el silencio y
solo me respondió tu indiferencia. Mi cama ya estaba fría cuando tus dedos
decidieron abandonarla; habías encontrado otro cuello en el que dejar tu
victimismo.
Te he vuelto a observar
desde la distancia y me pregunto por qué te gusta jugar con la confianza de las
niñas tristes que buscan en ti un refugio seguro; sabes ahogar, pero no
rematar. Lo triste de ti es que no sabes bailar la pieza entera, porque nunca se
te dio bien querer con el corazón.
Fui tuya sin que tú lo
supieras; estabas muy ocupado fingiendo rescatar a otras damas del vacío que tú
mismo creaste. Y cuando te diste cuenta de que la loba quería que tu mordisco se
quedase grabado en sus costillas, ella había vuelto a su bosque.
Me columpié con la
confianza que destrozaste. Te volví a abrazar, pero solo para despedirme de
aquello en lo que creí y solo me trajo más oscuridad que luz.
Pensé que los demonios
eran tu peor enemigo, pero entre tú y yo, tú eres tu propia pesadilla. Intenté
retener las lágrimas, el desconcierto y el vacío que se abrían paso en mi
garganta, porque quería quedarme a tu vera, pero no pude; entendí que no soy la
salvadora de nadie, pero tampoco el títere.
No quisiste sentirme
porque solo viste en mí un abismo en el que dejar toda tu pena; no me besaste
ni me cuidaste, solo te serví como manta para calmar el frío de tu alma.
Me alejé porque supe
quererme cuando el reloj marcaba las doce y antes de que el león se desperezaba
buscando a su próxima presa: hui; no estoy preparada para ver a otra alma
perdida morir entre tus brazos.
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